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POESÍA A MARÍA
Elaborada por una Mercedaria en 1920
Esta es la Madre más triste
de todas las tristes madres
a quien, cuando muere un hijo,
no queda en el mundo nadie.
Muere Jesús inocente
y, en la cruz agonizante
agudas lanzas y clavos
hácenle derramar sangre;
agua en su agonía anhela
y en sed tan inaplacable
fieros, sin piedad, sus hijos
le ofrecen hiel con vinagre.
Resignado Jesús muere
porque al precio de su sangre
quiere lavar de sus hijos
las faltas imperdonables,
y en las últimas palabras
que eleva al Eterno Padre
dice: «Perdón, Padre mío,
pues no saben lo que se hacen».
María triste, afligida,
sintiendo el dolor de Madre
que ve al Hijo moribundo
en una cruz infamante.
Elaborada por una Mercedaria en 1920
Esta es la Madre más triste
de todas las tristes madres
a quien, cuando muere un hijo,
no queda en el mundo nadie.
Muere Jesús inocente
y, en la cruz agonizante
agudas lanzas y clavos
hácenle derramar sangre;
agua en su agonía anhela
y en sed tan inaplacable
fieros, sin piedad, sus hijos
le ofrecen hiel con vinagre.
Resignado Jesús muere
porque al precio de su sangre
quiere lavar de sus hijos
las faltas imperdonables,
y en las últimas palabras
que eleva al Eterno Padre
dice: «Perdón, Padre mío,
pues no saben lo que se hacen».
María triste, afligida,
sintiendo el dolor de Madre
que ve al Hijo moribundo
en una cruz infamante.
Con las sienes taladradas
por las espinas punzantes;
con pies y manos abiertos
por el hierro penetrante
y herido el tierno costado
que la dura lanza abre,
desolada, yerta, sola
vertiendo llanto a raudales
y abrazando la cruz, besa
los pies del frío cadáver
que de ella pende; el del Hijo,
que lloran cielos y mares,
que lloran tristes las fieras
en el bosque impenetrable
y con blanda queja lloran
entre el ramaje las aves.
¡Pobre Madre! ¡espera sólo
que al Hijo de la cruz bajen!
Y cuando, con un sudario
lo envuelven para dejarle
en un sepulcro de piedra,
allí quisiera quedarse
por no apartarse del Hijo
a quien llora inconsolable.
Y afligida, dice entonces,
y con voz que temblar hace
a la tierra conmovida:
«Ved si habrá en alguna parte
dolor que igualarse pueda
a este dolor, que es de madre!»
Concédeme, Madre mía,
por pena tan penetrante,
que tu Corazón traspasa
como un acerado sable,
que de mi alma las heridas
la Sangre de tu Hijo lave.
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