"Dije al almendro: ¡Háblame de Dios!
Y el almendro floreció.
Dije al pobre: ¡Háblame de Dios!
Y el pobre me ofreció una capa.
Dije al sueño: ¡Háblame de Dios!
Y el sueño se hizo realidad.
Dije a la casa: ¡Háblame de Dios!
Y se abrió la puerta.
Dije aun niño. ¡Háblame de Dios! .
Y el niño me lo pidió a mí.
Dije aun campesino: ¡Háblame de Dios!
Y el campesino me enseñó a labrar.
Dije a la naturaleza: ¡Háblame de Dios!
Y la naturaleza se cubrió de hermosura.
Dije al amigo: ¡Háblame de Dios!
Y el amigo me enseñó a amar.
Dije a un pequeño: ¡Háblame de Dios!
Y el pequeño sonrió.
Dije al ruiseñor: ¡Háblame de Dios!
Y el ruiseñor se puso a cantar.
Dije a un guerrero: ¡Háblame de Dios!
Y el guerrero dejó sus armas.
Dije al dolor: ¡Háblame de Dios!
Y el dolor se transformó en agradecimiento.
Dije a la fuente: ¡Háblame de Dios!
y el agua brotó.
Dije a mi madre: ¡Háblame de Dios!
y mi madre me dio un beso en la frente.
Dije a la mano: ¡Háblame de Dios!
y la mano se convirtió en servicio.
Dije al enemigo: ¡Háblame de Dios!
y el enemigo me tendió la mano.
Dije nuevamente a un pobre: ¡Háblame de Dios!
Y el pobre me acogió.
Dije a la gente: ¡Háblame de Dios!
Y la gente se amaba.
Dije a la Biblia: ¡Háblame de Dios!
Y la Biblia se ahogó de tanto hablar
Dije a la voz: ¡Háblame de Dios!
Y la voz no encontró palabras.
Dije a Jesús: ¡Háblame de Dios!
Y Jesús rezó el Padrenuestro.
Dije, temeroso, al sol poniente: ¡Háblame de Dios!
Y se ocultó sin decirme nada.
Pero, al día siguiente, al amanecer,
cuando abrí la ventana,
ya me volvió a sonreír."
(Miguel Estradé)
Y el almendro floreció.
Dije al pobre: ¡Háblame de Dios!
Y el pobre me ofreció una capa.
Dije al sueño: ¡Háblame de Dios!
Y el sueño se hizo realidad.
Dije a la casa: ¡Háblame de Dios!
Y se abrió la puerta.
Dije aun niño. ¡Háblame de Dios! .
Y el niño me lo pidió a mí.
Dije aun campesino: ¡Háblame de Dios!
Y el campesino me enseñó a labrar.
Dije a la naturaleza: ¡Háblame de Dios!
Y la naturaleza se cubrió de hermosura.
Dije al amigo: ¡Háblame de Dios!
Y el amigo me enseñó a amar.
Dije a un pequeño: ¡Háblame de Dios!
Y el pequeño sonrió.
Dije al ruiseñor: ¡Háblame de Dios!
Y el ruiseñor se puso a cantar.
Dije a un guerrero: ¡Háblame de Dios!
Y el guerrero dejó sus armas.
Dije al dolor: ¡Háblame de Dios!
Y el dolor se transformó en agradecimiento.
Dije a la fuente: ¡Háblame de Dios!
y el agua brotó.
Dije a mi madre: ¡Háblame de Dios!
y mi madre me dio un beso en la frente.
Dije a la mano: ¡Háblame de Dios!
y la mano se convirtió en servicio.
Dije al enemigo: ¡Háblame de Dios!
y el enemigo me tendió la mano.
Dije nuevamente a un pobre: ¡Háblame de Dios!
Y el pobre me acogió.
Dije a la gente: ¡Háblame de Dios!
Y la gente se amaba.
Dije a la Biblia: ¡Háblame de Dios!
Y la Biblia se ahogó de tanto hablar
Dije a la voz: ¡Háblame de Dios!
Y la voz no encontró palabras.
Dije a Jesús: ¡Háblame de Dios!
Y Jesús rezó el Padrenuestro.
Dije, temeroso, al sol poniente: ¡Háblame de Dios!
Y se ocultó sin decirme nada.
Pero, al día siguiente, al amanecer,
cuando abrí la ventana,
ya me volvió a sonreír."
(Miguel Estradé)
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